miércoles, 1 de febrero de 2012

NORMALIDAD SUBLIMINAL.


Bien es cierto que la normalidad se define porque existe lo anormal, la belleza se postula excluyendo a la fealdad y, por su parte, nos comprendemos a nosotros mismos por la distancia que establecemos respecto del otro. Casi un juego de contrarios. Yo no soy él, no soy ella, soy parecido, soy diferente, no soy igual. No soy ese cuerpo enfermo, no soy deforme, no soy un mutilado -no soy pero podría haber sido-. Cobijarse en la normalidad tranquiliza. No reconozco en mí la anormalidad pero paradójicamente acudo a contemplarla como espectáculo. ¿Y quién decide lo que responde a dichas categorías? ¿Qué es lo normal o lo anormal, lo bello o lo feo, lo aceptable o lo intolerable? La significación de estos conceptos varía a lo largo del tiempo, y lo que es aceptado hoy no lo era ayer y puede que no lo sea mañana. Inconscientes de su proceso de construcción, no somos nosotros quienes decidimos el significado que se les asocia, sino que se nos inyecta con pequeñas dosis subliminares obligándonos a admitir ciertos estereotipos y a condenar otros, con un único fin: lograr la aceptación social, la aceptación de grupo.
 El bombardeo de imágenes que recibimos de los mass media educa nuestra mirada para que, en cierta forma, lo bello, lo aceptable, lo normal, responda a unos intereses mercantiles. Partiendo de estas premisas Roberto López tiende a utilizar, en su discurso, las mismas herramientas que trata de condenar, es decir, imágenes procedentes de los media con el fin de convertir un producto comercial en un producto ideológico. ¿Qué hay de todo aquello que queda en los márgenes desacreditado por no entrar en la definición de “normal”? El debate de lo abyecto, lo monstruoso, lo deforme, lo anormal, ha sido abordado desde numerosos puntos de vista por una gran cantidad de artistas y teóricos. En el caso de Roberto López asistimos a una traducción de la manipulación de los códigos por parte de los media, con el fin de desarticular clichés, estereotipos y adjetivos aparentemente objetivados para transformarlos en lo contrario –lo feo puede ser bello, lo bello puede ser perverso, lo abyecto debe ser contemplado, lo enfermo debe ser aceptado-. No se trata de la mera huida de la normalidad, sino más bien de un relectura de dicho concepto, un diálogo entre la normalidad/anormalidad sin tratar de diluir sus fronteras, sino sobrepasarlas para poder señalarlas, evidenciarlas y cuestionarlas; un trabajo crítico-reflexivo.
Si el contravalor de la vida es la deformidad, el artista intenta convertirla en valor. No trabaja únicamente con imágenes prefabricadas sino que, tanto a través de sus pinturas, que ofrecen una imagen afable de la deformidad, como en el foto-collage, donde invita al espectador a descifrar una identidad manipulada, como a través de sus vídeos y performances, donde la deformidad la padece en sus propias carnes, el discurso supone una llamada empática para que el receptor, por unos instantes, se identifique con la anormalidad, la observe desde dentro y no desde la visión ajena, que digiere mejor la diferencia por morbo que por aceptación. La voluntad empática es llevada al límite en su instalación “El libro de uno mismo”, donde invita al espectador a deformase el rostro con gomas elásticas, a fin de poder experimentar tanto el dolor físico como el psíquico, y a través de un espejo poder observar ese rostro ajeno que se convierte, por unos instantes, en el personal y propio. ¿Qué se siente?