Marta
Murgades. “Mostra d’hivern”
Galería
ArtMallorca
C/Missió,
nº 26, Palma.
11
enero - 1 febrero
Una de las grandezas del arte es que por su esencial
naturaleza de expresión individual permite a las personas recorrer un camino introspectivo
hacia la complejidad de su existencia. Una existencia marcada desde nuestro
nacimiento por un sentido trágico de la misma. En la filosofía estoica, la
enfermedad y el dolor eran vistos como un desafío planteado por la naturaleza y
que el hombre debía saber enfrentar con grandeza espiritual. Es precisamente el
sufrimiento uno de los sentimientos con los que surge más intensamente la
fuerza creativa al obligarnos a buscar en la realidad más honda de nuestro ser,
y los antiguos griegos, ya comprendieron que el arte más excelso no nace de los
momentos de calma y alegría (pues hombres y mujeres lo aceptamos
desaprensivamente sin hacernos preguntas), sino del dolor, a partir del cual
todo ser toma conciencia de su trascendencia y es un impulso para su
sublimación espiritual y artística. Atraída desde siempre por los artistas
afligidos, Marta Murgades (Almacellas, Cataluña, 1979) también ha transformado
el sufrimiento en una inspiración materializada en obras que no sólo son el
reflejo de una angustia personal, sino que pretenden empatizar con el tormento
de tantas otras mujeres a partir de la alegoría de las cariátides.
¿Qué peso soportan esas cariátides a sus espaldas? ¿El peso de toda una historia silenciada que necesita salir, narrarse, dejar de ser ignorada? ¿Por qué enmarcarlas en el seno de ovoides mandorlas? ¿Por qué la constante reminiscencia a formas circulares que, pese a camuflarse sutilmente a modo de elemento decorativo, son en realidad la representación de auténticos pezones y órganos sexuales? La obra de Murgades se sitúa de lleno en el debate del feminismo incipiente: el feminismo de la diferencia. A principios de los setenta, Judy Chicago y Miriam Schapiro, artistas, teóricas y pioneras del arte feminista, se detuvieron en analizar obras hechas por mujeres, desvelando un sistemático empleo de imágenes en forma de obertura vaginal; una abundancia sospechosa de formas sexuales entre las que destacaban pechos, nalgas y órganos femeninos. Ambas, convencidas de que estas referencias no eran más que la necesidad imperiosa por parte de las mujeres de explorar su propia identidad, de plasmar su sexualidad, publicaron un artículo en la revista Womanspace Journal titulado “Imaginería femenina”, en el que reivindicaban la existencia de una iconología vaginal. Esta recurrencia como metáfora del cuerpo femenino la encontramos en los misteriosos pasadizos de Georgia O’Keeffee, en las cavidades vaginales de Lee Bontecou, en las formas ovoides de Deborah Remington o en las imágenes circulares de Judy Chicago; cuarenta años después Marta Murgades sigue, instintivamente esta línea.
Algunas de
sus piezas presentarán, además, otra particularidad: no son mandorlas vacías,
no son formas vaginales huecas, sino protagonizadas, en un parafraseo a
Modigliani, por auténticas Venus prehistóricas. En este sentido, ese retorno a
la raíz, ese guiño a lo ancestral donde la figura femenina se veneraba por su
condición fértil, esa reminiscencia casi ritual a tiempos pasados donde la
mujer se unía en comunión a la naturaleza más pura y sagrada, alude exactamente
al deseo de representar la fuerza
eterna femenina omnipresente y la necesidad de regresar al útero materno, una
“sed de ser”, como manifestó la propia Ana Mendieta, figura clave del feminismo
artístico. Del mismo modo en que Mendieta propuso una unión mística del cuerpo
de las mujeres y la naturaleza como una forma de resistencia frente a la
cultura falocéntrica, en la producción de Marta, la unión mística se produce
con uno mismo, y su obra es el reflejo de una experiencia catártica personal a
modo de viaje interior que materializa a partir del simbolismo.
Las cariátides de
Murgades aparecen como la feminidad que carga a sus espaldas un peso
socialmente impuesto, un rol que cumplimentar, una definición que personificar;
las ya citadas Venus simbolizan la fertilidad de la mujer, complementada con una
frecuente remisión a órganos sexuales y al fluir de líquidos, un aspecto muy
intrínsecamente ligado a la biología femenina y que en las obras de Marta
aparece alegóricamente representado a través de sus figuras bañadas por el mar;
los rostros velados, con claras reminiscencias a esas culturas en las que la
mujer es obligada a ocultar sus facciones, no revelan identidad alguna, una
suerte de feminidad universal, pero que, sin embargo, no duda en personificar a
través de los títulos con constantes alusiones a grandes mujeres de la historia,
como Isis o Eva.
Las piezas, contenidas y emanadoras de un aura de
desasosiego esconden, en realidad, la vitalidad que caracteriza a Murgades. No
obstante, se echa en falta la espontaneidad que brota de la personalidad de la
artista y que le permitiría hacer un arte más sincero con sus impulsos
creativos primigenios. Las pinturas, en las que se aprecia una investigación y
experimentación a nivel técnico (debido en gran medida a su especialización
como restauradora) con fusiones entre diferentes maneras de hacer y materiales
de origen diverso, producen un impacto curioso dando como resultado un arte
personal y original, rasgo difícil de conseguir y altamente apreciado entre los
artistas, y que Murgades ahora, debe aprender a potenciar desprendiéndose del
miedo y del supuesto decoro que encorsetan, aún, algunas de sus obras. La buena
técnica de la artista se hace evidente no sólo en sus pinturas, sino también en
los bocetos, una muestra más espontánea de su arte y que contiene el desgarro y
la frescura que a menudo faltan en sus resultados finales, pues éstos adolecen de excesiva pulcritud. El riesgo es necesario en todo artista y
Murgades, quizá está aún demasiado cohibida,
desaprovechando las evidentes virtudes que posee y que subyacen más libremente,
como hemos dicho, tanto en sus bocetos
como en su escultura.
Por el momento ha tanteado sus posibilidades y en
este camino ya ha encontrado una manera propia de plasmar su sensibilidad, un estilo que ahora debe consolidar confiando más en el dictado visceral
de sus emociones. Como dijo Pablo Picasso, “la pintura es más fuerte que yo,
siempre consigue que haga lo que ella quiere”.
Ana
Ferrero Horrach
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