miércoles, 30 de enero de 2013

El peso de la feminidad



 
Marta Murgades. “Mostra d’hivern”
Galería ArtMallorca
C/Missió, nº 26, Palma.
11 enero - 1 febrero

Una de las grandezas del arte es que por su esencial naturaleza de expresión individual permite a las personas recorrer un camino introspectivo hacia la complejidad de su existencia. Una existencia marcada desde nuestro nacimiento por un sentido trágico de la misma. En la filosofía estoica, la enfermedad y el dolor eran vistos como un desafío planteado por la naturaleza y que el hombre debía saber enfrentar con grandeza espiritual. Es precisamente el sufrimiento uno de los sentimientos con los que surge más intensamente la fuerza creativa al obligarnos a buscar en la realidad más honda de nuestro ser, y los antiguos griegos, ya comprendieron que el arte más excelso no nace de los momentos de calma y alegría (pues hombres y mujeres lo aceptamos desaprensivamente sin hacernos preguntas), sino del dolor, a partir del cual todo ser toma conciencia de su trascendencia y es un impulso para su sublimación espiritual y artística. Atraída desde siempre por los artistas afligidos, Marta Murgades (Almacellas, Cataluña, 1979) también ha transformado el sufrimiento en una inspiración materializada en obras que no sólo son el reflejo de una angustia personal, sino que pretenden empatizar con el tormento de tantas otras mujeres a partir de la alegoría de las cariátides.

¿Qué peso soportan esas cariátides a sus espaldas? ¿El peso de toda una historia silenciada que necesita salir, narrarse, dejar de ser ignorada? ¿Por qué enmarcarlas en el seno de ovoides mandorlas? ¿Por qué la constante reminiscencia a formas circulares que, pese a camuflarse sutilmente a modo de elemento decorativo, son en realidad  la representación de auténticos pezones y órganos sexuales? La obra de Murgades se sitúa de lleno en el debate del feminismo incipiente: el feminismo de la diferencia. A principios de los setenta, Judy Chicago y Miriam Schapiro, artistas, teóricas y pioneras del arte feminista, se detuvieron en analizar obras hechas por mujeres, desvelando un sistemático empleo de imágenes en forma de obertura vaginal; una abundancia sospechosa de formas sexuales entre las que destacaban pechos, nalgas y órganos femeninos. Ambas, convencidas de que estas referencias no eran más que la necesidad imperiosa por parte de las mujeres de explorar su propia identidad, de plasmar su sexualidad, publicaron un artículo en la revista Womanspace Journal titulado “Imaginería femenina”, en el que reivindicaban la existencia de una iconología vaginal. Esta recurrencia como metáfora del cuerpo femenino la encontramos en los misteriosos pasadizos de Georgia O’Keeffee, en las cavidades vaginales de Lee Bontecou, en las formas ovoides de Deborah Remington o en las imágenes circulares de Judy Chicago; cuarenta años después Marta Murgades sigue, instintivamente esta línea.
Algunas de sus piezas presentarán, además, otra particularidad: no son mandorlas vacías, no son formas vaginales huecas, sino protagonizadas, en un parafraseo a Modigliani, por auténticas Venus prehistóricas. En este sentido, ese retorno a la raíz, ese guiño a lo ancestral donde la figura femenina se veneraba por su condición fértil, esa reminiscencia casi ritual a tiempos pasados donde la mujer se unía en comunión a la naturaleza más pura y sagrada, alude exactamente al deseo de representar la fuerza eterna femenina omnipresente y la necesidad de regresar al útero materno, una “sed de ser”, como manifestó la propia Ana Mendieta, figura clave del feminismo artístico. Del mismo modo en que Mendieta propuso una unión mística del cuerpo de las mujeres y la naturaleza como una forma de resistencia frente a la cultura falocéntrica, en la producción de Marta, la unión mística se produce con uno mismo, y su obra es el reflejo de una experiencia catártica personal a modo de viaje interior que materializa a partir del simbolismo.
 Las cariátides de Murgades aparecen como la feminidad que carga a sus espaldas un peso socialmente impuesto, un rol que cumplimentar, una definición que personificar; las ya citadas Venus simbolizan la fertilidad de la mujer, complementada con una frecuente remisión a órganos sexuales y al fluir de líquidos, un aspecto muy intrínsecamente ligado a la biología femenina y que en las obras de Marta aparece alegóricamente representado a través de sus figuras bañadas por el mar; los rostros velados, con claras reminiscencias a esas culturas en las que la mujer es obligada a ocultar sus facciones, no revelan identidad alguna, una suerte de feminidad universal, pero que, sin embargo, no duda en personificar a través de los títulos con constantes alusiones a grandes mujeres de la historia, como Isis o Eva. 
Las piezas, contenidas y emanadoras de un aura de desasosiego esconden, en realidad, la vitalidad que caracteriza a Murgades. No obstante, se echa en falta la espontaneidad que brota de la personalidad de la artista y que le permitiría hacer un arte más sincero con sus impulsos creativos primigenios. Las pinturas, en las que se aprecia una investigación y experimentación a nivel técnico (debido en gran medida a su especialización como restauradora) con fusiones entre diferentes maneras de hacer y materiales de origen diverso, producen un impacto curioso dando como resultado un arte personal y original, rasgo difícil de conseguir y altamente apreciado entre los artistas, y que Murgades ahora, debe aprender a potenciar desprendiéndose del miedo y del supuesto decoro que encorsetan, aún, algunas de sus obras. La buena técnica de la artista se hace evidente no sólo en sus pinturas, sino también en los bocetos, una muestra más espontánea de su arte y que contiene el desgarro y la frescura que a menudo faltan en sus resultados finales,  pues éstos adolecen de excesiva pulcritud.  El riesgo es necesario en todo artista y Murgades, quizá está aún demasiado cohibida, desaprovechando las evidentes virtudes que posee y que subyacen más libremente, como hemos dicho,  tanto en sus bocetos como en su escultura.
Por el momento ha tanteado sus posibilidades y en este camino ya ha encontrado una manera propia de plasmar su sensibilidad, un estilo que ahora debe consolidar confiando más en el dictado visceral de sus emociones. Como dijo Pablo Picasso, “la pintura es más fuerte que yo, siempre consigue que haga lo que ella quiere”.  

Ana Ferrero Horrach
Sara Rivera Martorell



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