lunes, 19 de diciembre de 2011

Berthe Morisot. Sin necesidad de ser legitimada.

Museo Thyssen Bornemisza.
Del 15 de noviembre de 2011
al 12 de febrero de 2012

Me resulta sorprendente que a día de hoy todavía sigamos cayendo en la falacia con enunciados tan obsoletos como “Berthe Morisot. La pintora impresionista”. Sería de extrañar que el mismo Thyssen articulara una monografía sobre Renoir y la titulara Renoir. El pintor impresionista; ¡qué obviedad! Pero no. Este tipo de concreciones sólo ocurren cuando nos referimos al arte producido por mujeres, donde, sin querer o queriendo, nos dejamos llevar por el sensacionalismo de la excepcionalidad más que atender a la propia obra. Oh! ¡Una pintora impresionista! No, no, La pintora impresionista, como si Mary Cassatt, Eva Gonzales o Marie Bracquemond no hubieran sido lo suficientemente afines como para recibir tal apelativo. Un título, sin duda sugerente.
Por su parte, el recorrido desplaza al visitante por cinco secciones diferentes, atendiendo a un hilo temático-biográfico. Lo más curioso resultan ser dos de los títulos que dan nombre a dichas secciones, avalados por figuras masculinas: “Corot y la pintura al aire libre” y “Manet y el retrato íntimo”. ¿Es que Morisot necesita legitimar su pintura indicando que Corot fue el maestro que la sacó a pintar exteriores? ¿Es que necesita respaldar sus retratos demostrando que absorbió influencia de Manet? Estos detalles ya se le ofrecen al visitante en el exhaustivo repaso biográfico justo al inicio de la muestra, pero parece que no resulta suficiente con colocar obras de ambos artistas en diálogo directo con las de la protagonista, sino que además el público necesita que le vuelvan a recordar quien partía el bacalao. Parecen títulos que anuncian secciones dedicadas a Corot y a Manet respectivamente.
Y como era de esperar, los muros de las salas parafrasean citas de personalidades del momento para dar testimonio de suma grandeza, entre las que encontramos una de Camille Manclair, aparentemente elogiante, donde se exhiben de forma clara los tópicos de siempre a la hora de calificar obras femeninas: la obra de la señora de Eugène Manet, porque decir directamente Berthe Morisot queda falto de potencial, tiene gracia discreta, bondad imperiosa y profundo sentido del arte, exaltación de la delicada sensibilidad femenina sin calificativos de mayor relevancia, una musa para la aristocracia intelectual, ¿sólo musa? Bien podrían haberse ahorrado el aparente favor al pensar que Manclair glorificaba de este modo a la pintora.
Pero la pobre Morisot no tuvo la culpa de que la historia decidiera ser androcéntrica, y de que la recuperación de figuras femeninas se hiciera sólo añadiendo nombres de mujeres artistas a esa misma historia sin modificar, sin llevar a cabo un radical cuestionamiento de los criterios tradicionales utilizados para evaluar la producción, tanto de hombres como de mujeres. Aun así Morisot evidencia que si el tiempo pone a cada cual en su lugar, la excelente calidad de su pintura la coloca a la cabeza del impresionismo, de la mano de Renoir, Monet o Degas. Esta muestra es un pequeño aperitivo de su dominio con el color, de la proeza con la introspección y de una biografía pasada a lienzo; un aperitivo que se queda corto, que deja al espectador con ganas de más, quien deberá contentarse con degustar en esta dosis los encantos del impresionismo, en este caso, en su versión íntima y femenina, más hogareña y menos nocturna.

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