sábado, 24 de marzo de 2012

Retando al orden pautado


Cristina Lucas: Delinquere
Galería Juana de Aizpuru.
C/ Barquillo, 44 - 1º
28004, Madrid
7 febrero - 20 marzo

                Bajo un título evocador que alude al abandono del buen camino y a la huida de la ley pautada, la galería Juana de Aizpuru presenta el trabajo de Cristina Lucas (Jaén, 1973), invitando al espectador a reflexionar acerca de los límites protocolarios.
                Muy en la línea de sus anteriores trabajos, con una tendencia a disuadir contra los mecanismos de poder, como ya se veía en La Liberté Raisonnée (2009) o en Habla (2008), vuelve a retar a lo institucionalizado, resituando al individuo en el lindar de lo prohibido y lo elegido, y cuestionando, a su vez, pautas de orden patriarcal. En el vídeo Hacia lo salvaje (2011) la artista metamorfosea un castigo insalvable en un acto voluntario, desafiando a la imposición y subvirtiendo el significado de lo que tradicionalmente había sido una práctica denigrante. El “emplumar” a una mujer suponía su completa animalización, quien limitada de toda condición humana bajo una coraza de plumas, era humillada hasta sus últimas consecuencias en acto penitenciario. Partiendo del caso de Teresa Heredia, torturada por insurgente en 1816 en Caracas y sirviendo, a su vez, para conmemorar el bicentenario de la Constitución de 1812, donde la mujer, no era reconocida todavía como ciudadana, la artista revive el proceso mostrándolo, en este caso, como una auténtica huida: la huida de esa estructura social asfixiante, segregadora y voraz hacia a un reencuentro con lo salvaje, con lo primario. Este hecho no es baladí, puesto que encontramos referentes muy similares en la obra de Ana Mendieta –quien se cubrió con plumas de pájaro en 1972- y, sin ir más lejos, en la conexión naturo-ancestral de Fina Miralles, ambas en una relación narcisista con el binomio fertilidad/madre tierra.
                Lucas hace tambalear la noción de norma, de convención moral, dinamitando un sistema dictado desde la hegemonía y donde, como afirma Foucault, “quienes no decidimos nos encontramos siempre con la misma incapacidad para franquear la línea, para pasar al otro lado. Siempre en la misma elección del lado del poder de lo que dice o hace decir.” La artista sí la franquea, buscando tras ella la esencia de la vida en lo salvaje; esa esencia que ha quedado soterrada bajo las premisas de una supuesta civilizada-civilización que, inhibida, se torna ciegamente obediente.
                Lucas reitera la transgresión de la línea que separa lo prohibido de lo permitido en la serie Desnudos en el museo (2011), agrediendo al corpus protocolario de esta institución al realizar varias performances, de las que derivaron las fotografías que se exponen, en las que cuerpos desnudos de carne y hueso plantan cara a obras de arte consagradas en museos de la talla del Louvre o el Prado. El grito de Millet recobra todo su sentido: Lo personal se vuelve político, lo privado reta a lo público. La corporalidad artística dialoga, en este caso, con la humana; lo real negocia con lo figurado, plasmando como resultado la capacidad de la esfera artística para legitimar cosas que la propia realidad no es capaz de aceptar: ¿Por qué algo representado sí y su correspondiente real no? Es la lógica de la contextualización y el protocolo del espacio, donde la desviación inesperada pulsa de inmediato el botón de la incomodidad.          Pero el diálogo no acaba aquí, sino que a nivel expositivo, la galería Aizpuru entabla una nueva relación entre la serie Desnudos en el museo y la serie Montañas (2012), donde en esta segunda se vuelve a reincidir en los mismos códigos: un cuerpo descontextualizado y la naturaleza salvaje, en este caso en alusión a la explotación capitalista de los recursos; esos recursos que nos convierten en insignificantes pero a su vez en todopoderosos para gestionar a nuestro antojo. “Nace el hombre tan desnudo de noticias en el alma, como en el cuerpo de plumas, pero su industria y su trabajo le desquitan con ventajas”, sugeriría Gracián.


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