El
7 de abril de 1990 Graciela realizó en el Colegio de arquitectos de Málaga la
acción titulada Sobre las formas de
callarse, inserta en el festival de acciones coordinado por Francisco
González. La performance consistía en introducir la cabeza dentro de un
recipiente con agua, sacándola únicamente para tomar oxígeno y recitar:
Respiro
Me
esfuerzo y respiro
¿Qué
más puedo hacer
que
este aire sigiloso?
Servir, criar, obedecer y callar han sido las máximas
a las que se ha visto sometida la mujer en el seno del sistema patriarcal
reinante, por lo que la imposibilidad de expresarse, de opinar, de tener voz
propia, y como diría Woolf, también una habitación, causó un lastre asfixiante
al colectivo femenino. Un silenciamiento impuesto por activa y por pasiva; por
derecho, hasta que se consiguió el voto para poder opinar, y a nivel cultural fruto
del qué dirán, ha obligado y obliga a callar y ocultar. Margarita Dalton decía,
[que] explícitamente, el silencio dentro del
discurso de lo femenino aparece como prescripción de que las mujeres no deben
hablar, deben callar; implícitamente, cuando, por considerarlas seres
inferiores al hombre en inteligencia, se les excluye de la misma historia del
pensamiento[1].
Y es que hay muchas formas de callar
o que te callen. Callar puede ser un acto voluntario, o bien involuntario,
cuando por razones de sexo, raza o clase, por ejemplo, se omite del discurso
oficial a algún colectivo; se silencia; se erradica. Así pues, el pretexto de
esta performance podría ser extensible a cualquier voz relegada a un forzoso
silencio, acallada, sin opción, por el megáfono de lo hegemónico.
[1] Dalton Palomo,
Margarita. Mujeres, diosas y musas. Tejedoras de la memoria. México, Ed. El Colegio de México, 1996, p.
16.
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