Respiro
Me
esfuerzo y respiro
¿Qué
más puedo hacer
que
este aire sigiloso?
Servir, criar, obedecer y callar han sido las máximas
a las que se ha visto sometida la mujer en el seno del sistema patriarcal
reinante, por lo que la imposibilidad de expresarse, de opinar, de tener voz
propia, y como diría Woolf, también una habitación, causó un lastre asfixiante
al colectivo femenino. Un silenciamiento impuesto por activa y por pasiva; por
derecho, hasta que se consiguió el voto para poder opinar, y a nivel cultural fruto
del qué dirán, ha obligado y obliga a callar y ocultar. Margarita Dalton decía,
[que] explícitamente, el silencio dentro del
discurso de lo femenino aparece como prescripción de que las mujeres no deben
hablar, deben callar; implícitamente, cuando, por considerarlas seres
inferiores al hombre en inteligencia, se les excluye de la misma historia del
pensamiento[1].
Y es que hay muchas formas de callar
o que te callen. Callar puede ser un acto voluntario, o bien involuntario,
cuando por razones de sexo, raza o clase, por ejemplo, se omite del discurso
oficial a algún colectivo; se silencia; se erradica. Así pues, el pretexto de
esta performance podría ser extensible a cualquier voz relegada a un forzoso
silencio, acallada, sin opción, por el megáfono de lo hegemónico.
[1] Dalton Palomo,
Margarita. Mujeres, diosas y musas. Tejedoras de la memoria. México, Ed. El Colegio de México, 1996, p.
16.
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